En las enfermedades del espíritu leves, el médico ensaya ante todo ligeras variaciones en el régimen ordinario, regula el orden de comidas, de bebidas, de ejercicios, y procura robustecer la salud cambiando solamente la manera de vivir; en seguida observa la eficacia del régimen, y si no responde suprime o cercena algo; si tampoco eso produce resultados, prohíbe toda comida y alivia al cuerpo con la dieta; si todos estos cuidados son inútiles, hiere la vena y pone mano en los miembros que podrían corromper las partes inmediatas y propagar el contagio (…) Así también, el depositario de las leyes, el jefe de una ciudad, deberá, por cuanto tiempo pueda, no emplear en el tratamiento de los espíritus otra cosa que palabras, y éstas blandas, que les persuadan de sus deberes, ganen los corazones al amor de lo justo y de lo honesto, y les hagan comprender el horror al vicio y el valor de la virtud; enseguida empleará lenguaje más severo, que sea advertencia y reprensión; después acudirá a los castigos, pero éstos leves y revocables, no aplicando los últimos suplicios más que a los crímenes enormes, con objeto de que nadie muera sino aquel que, muriendo, tiene interés en morir. (Séneca, De la ira)
Del libro: Gestión de incompetentes
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