Hay profesiones que no admiten mucho margen de error, en algunos casos por razones técnicas. Por ejemplo, ¿cuánto margen de error se considera aceptable en un cirujano?, ¿y en el encargado de seguridad de una central nuclear?, ¿y en el piloto de un avión? ¿Daría alguien por válido a un soldador que solo hiciera bien el 80 % de las soldaduras que realiza?, ¿y a un arquitecto al que solo Se le cayeran un 10 % de los edificios que construye? En todos estos casos es evidente que el nivel de exigencia es muy alto y apenas podemos admitir errores.

El listón de calidad directiva igualmente debe ser siempre muy alto y, desde luego, no es admisible estar por debajo de un nivel mínimo. Los jefes cobran más porque se les debe exigir según su responsabilidad y, si no dan la talla, no les quedará otra que aprender y cambiar. De lo contrario, tendrán que quitarse de en medio, porque las consecuencias de su ineficacia y de sus deficiencias directivas las pagan todos los demás perdiendo dinero, calidad de vida laboral
e incluso el puesto de trabajo ante los malos resultados.

Como todos sabemos por propia experiencia hay jefes malos, regulares, buenos y muy buenos. Aun estando de acuerdo en que esto de dirigir personas es muy complicado y que sería una
exceso pedir la perfección, la mediocridad en la dirección de un equipo no es admisible, aunque, desgraciadamente, vemos que abunda en demasía. El nivel medio es tan bajo que en muchas ocasiones los propios trabajadores se conforman con un superior “regular”; es decir, alguien, que sea mínimamente aceptable. Sin embargo, un jefe válido de verdad no debería estar conforme con esa valoración, pues es obvio que algo está fallando.

 Mucho me temo que nos encontramos en el territorio de la medianía, cuando de lo que se trata es de situarnos en excelencia. Al menos, hacia ella habrá que dirigirse. Estar y actuar
a la altura de lo que requiere el cargo de jefe es algo que se debe aprender.

Del libro: El jefe que no contaba chistes y el empleado que nunca se reía