Pongamos otro ejemplo que nos ayude a entender mejor cómo tomamos decisiones. Imaginen que quieren hacer un crucero por el Mediterráneo y al entrar en la página web del crucero ven una oferta que dice que antes costaba 2000 euros y acaba de rebajarse a 1400euros, lo normal es que lo compren y se sientan muy satisfechos. Pero ahora imaginen esta otra: entran en
la web y ven que el paquete vale 700 euros porque está rebajado y cuando llegan a la agencia de viajes les dicen que se acabó la oferta y que ese crucero les costará 1400 euros y que, aun así, es una rebaja de los 2000 euros iniciales. En este segundo caso es muy probable que no lo compren, piensan que había ofertas por 700 euros y que ahora su precio es mucho más alto que el de unos días antes. Tienen una referencia en el pasado, que subjetiviza el precio.

Lo que hacemos es lo que solemos hacer siempre cuando calculamos el valor: lo orientamos al pasado, al precio que hemos visto anteriormente.  Es decir, para calcular el valor que algo tendrá para nosotros solemos guiarnos por nuestra experiencia anterior, como es lógico por otra parte, por esto a la hora de tomar decisiones, sobre todo las relacionadas con las facetas más importantes de la vida (comparar
un amor con otro, la educación que recibiste con la que ahora percibes, un piso con otro piso…), no siempre acertamos. Pero parece que es inevitable comparar para
saber qué valor daremos a algo.

Del libro: El arte de pensar